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Художественный перевод: ИЯ (английский) - ПЯ (русский) [20] |
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01.12.2009, 22:21 | |
Don Quijote de la Mancha CAPНTULO 1: Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo D. Quijote de la Mancha En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mismo, los días de entre semana se honraba con su vellori de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años, era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro; gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada (que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben), aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llama Quijana; pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad. Es, pues, de saber, que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que eran los más del año) se daba a leer libros de caballerías con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura, para comprar libros de caballerías en que leer; y así llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva: porque la claridad de su prosa, y aquellas intrincadas razones suyas, le parecían de perlas; y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafío, donde en muchas partes hallaba escrito: la razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura, y también cuando leía: los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas se fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza. Con estas y semejantes razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas, y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara, ni las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estaba muy bien con las heridas que don Belianis daba y recibía, porque se imaginaba que por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales; pero con todo alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma, y darle fin al pie de la letra como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar (que era hombre docto graduado en Sigьenza), sobre cuál había sido mejor caballero, Palmerín de Inglaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mismo pueblo, decía que ninguno llegaba al caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga. En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos, como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles, y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. Decía él, que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero; pero que no tenía que ver con el caballero de la ardiente espada, que de sólo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalle había muerto a Roldán el encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante, porque con ser de aquella generación gigantesca, que todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y bien criado; pero sobre todos estaba bien con Reinaldos de Montalbán, y más cuando le veía salir de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en Allende robó aquel ídolo de Mahoma, que era todo de oro, según dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor de Galalón, al ama que tenía y aun a su sobrina de añadidura. En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra, como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras, y a ejercitarse en todo aquello que él había leído, que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros, donde acabándolos, cobrase eterno nombre y fama. http://www.donquijote.org/spanishlanguage/literature/library/quijote/ Мигель де Сервантес Сааведра. Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский. В некоем селе Ламанчском, которого название у меня нет охоты Переклад Миколи Лукаша Так от, щоб ви знали, гідальго той гулящого часу - тобто замалим не цілий рік - водно читав рицарські романи з таким запалом і захватом, що майже зовсім занедбав не лише своє полювання, а й усяке господарювання. [24] І так він до того діла прилюбився та присмоктався, що не один морг орної землі продав, аби книжок рицарських до читання собі накупити: де, було, яку зуздрить, так ізразу й тягне додому. Та найбільше, либонь, припали йому ті до смаку, що їх скомпонував славнозвісний Фелісіян де Сільва: його проза здавалась нашому гідальгові блискучою, його напушисті речення - правдивими перлами, особливо ж освідчення любовні та виклики на герць, де писалось, приміром, таке: «Ваша безпричинна жорстокість причинилась до того, що я став мов причинний і не без причини мушу нарікати на вашу злочинну ліпо-ту». Або ще: «Високі небеса, що посполу з зірками божественно утверджують вашу божественність, заслужено надають вам заслуг, яких заслуговує ваша небесна душа». Бідний кавальєро, читаючи такії речі, аж у голову заходив, ночі не спав, щоб тільки додуматися та доглупатися, в чому їх сила, а воно хоч би сам Арістотель із домовини встав, то навряд би чого дорозумівся. Неясно було йому також, як Дон Бельяніс міг завдавати й сам діставати таку силу ран - хоч би які знаючі лікарі їх гоїли, все обличчя його і все тіло мало бути покарбоване близнами та шрамами. Проте він вельми похваляв автора за обіцянку продовжити свою і без того довгу історію; не раз йому й самому набігала думка взятися за перо і написати те заповідане продовження - і він був би його написав, а може, й видав, якби тому не стали на заваді інші, важливіші помисли, що безнастанно тривожили його ум. Частенько йому траплялось диспутувати з тамтешнім парохом - а був то чоловік учений, укінчений богослов із Сігуенси - про те, котрий лицар кращий: Пальмерін Англійський чи Амадіс Гальський. Проте майстер Ніколас, цилюрник у тому ж таки селі, вважав, що обом тим воякам далеко до Рицаря Феба; якщо хто може йому дорівняти, то хіба лише Дон Галаор, брат Амадіса Гальського, бо то кругом рицар: не такий манірник і тонкослізка, як брат, а в юнацтві ніколи задніх не пас. І так наш гідальго у те читання вкинувся, що знай читав, як день, так ніч, од рання до смеркання, а од смеркання знов до рання, і з того недосипу та з того перечиту мозок його до решти висох - ізсунувся бідаха з глузду. Його уява переповнилась різними химерами, вичитаними з тих книжок: чарами та чварами, битвами та боями, викликами та ранами, зітханнями та коханнями, розлуками та муками і всякими такими штуками. Всі ті несосвітенні вигадки так убились йому в тямку, що він мав їх за щирісіньку правду. Translated to English in 1885 by John Ormsby (1829-1895). In a village of La Mancha, the name of which I have no desire to You must know, then, that the above-named gentleman whenever he Many an argument did he have with the curate of his village (a In short, his wits being quite gone, he hit upon the strangest K.J. Trübner In einem Dorfe von la Mancha, dessen Namen ich mich nicht entsinnen mag, lebte unlängst ein Edler, einer von denen, die eine Lanze auf dem Vorplatz haben, einen alten Schild, einen dürren Klepper und einen Jagdhund. Eine Olla, mehr von Rind- als Hammelfleisch, des Abends gewöhnlich kalte Küche, des Sonnabends arme Ritter und freitags Linsen, sonntags aber einige gebratene Tauben zur Zugabe verzehrten drei Vierteile seiner Einnahme. Das übrige ging auf für ein Wams vom besten Tuch, Beinkleider von Samt für die Festtage, Pantoffeln derselben Art, ingleichen für ein auserlesenes ungefärbtes Tuch, womit er sich in den Wochentagen schmückte. Bei ihm lebte eine Haushälterin, die die Vierzig verlassen, und eine Nichte, die die Zwanzig noch nicht erreicht hatte, zugleich ein Bursche, in Feld- und Hausarbeit gewandt, der sowohl den Klepper sattelte als auch die Axt zu führen wußte. Das Alter unsers Edlen war an den Funfzigern. Er war von frischer Konstitution, mager, von dürrem Gesichte, ein großer Frühaufsteher und Freund der Jagd. Es gibt einige, die sagen, daß er den Zunamen Quixada oder Quesada führte – denn hierin findet sich einige Verschiedenheit unter den Schriftstellern, die von diesen Begebenheiten Meldung getan –, obgleich es sich aus wahrscheinlichen Vermutungen schließen läßt, daß er sich Quixana nannte. Dies aber tut unserer Geschichtserzählung wenig Eintrag; genug, daß wir in keinem Punkte von der Wahrheit abweichen. Es ist zu wissen, daß obgenannter Edler die Zeit, die ihm zur Muße blieb – und dies betrug den größten Teil des Jahres –, dazu anwandte, Bücher von Rittersachen mit solcher Liebe und Hingebung zu lesen, daß er darüber fast die Ausübung der Jagd als auch die Verwaltung seines Vermögens vergaß; ja, seine Begier und Torheit hierin ging so weit, daß er unterschiedliche von seinen Saatfeldern verkaufte, um Bücher von Rittertaten anzuschaffen, in denen er lesen möchte; auch brachte er so viele in sein Haus, als er deren habhaft werden konnte. Unter allen schienen ihm keine so trefflich als die Werke, die der berühmte Feliciano de Silva verfertigt hat, die Klarheit seiner Prosa und den Scharfsinn seiner Perioden hielt er für Perlen, fürnehmlich wenn er auf Artigkeiten oder Ausforderungen stieß, als wenn an vielen Orten geschrieben steht: Das Tiefsinnige des Unsinnlichen, das meinen Sinnen sich darbeut, erschüttert also meinen Sinn, daß ich über Eure Schönheit eine vielsinnige Klage führe. Oder wann er las: Die hohen Himmel, die Eure Göttlichkeit göttlich mit den Gestirnen bewehrt, haben Euch die Verehrung der Ehre erregt, womit Eure Hoheit geehrt ist. Mit diesen Sinnen verlor der arme Ritter seinen Verstand und studierte, die Meinung zu begreifen und zu entwickeln, die Aristoteles selbst nicht enthüllt und begriffen hätte, wenn er auch bloß darum auferstanden wäre. Er war nicht sonderlich mit den Wunden zufrieden, die Don Belianis austeilte und empfing, denn er gedachte, daß, wenn ihn auch die größten Meister geheilt hätten, ihm dennoch kein Antlitz übrigbleiben und sein Körper nur aus Narben und Malen bestehen könne. Doch gab er darin dem Autor Beifall, daß er sein Buch mit dem Versprechen eines unzuvollendenden Abenteuers beschließt, und oft kam ihm der Gedanke, die Feder zu ergreifen und es genau und wörtlich, wie jener versprochen, fortzuführen; auch hätte er es ohne Zweifel getan, wenn ihn nicht größere und anhaltende Gedanken abgehalten hätten. Es traf sich, daß er oft in Streit mit dem Pfarrer seines Dorfes geriet – der ein gelehrter Mann war und zu Siguenza graduiert –, wer von beiden ein größerer Ritter sei, ob Palmerin von England oder Amadis von Gallia. Aber Meister Nicolas, der Barbier desselbigen Ortes, meinte, daß keiner dem Ritter des Phoebus gleich sei, oder wenn sich einer mit ihm messen dürfe, so sei es Don Galaor, der Bruder des Amadis von Gallia, denn dessen Art und Weise sei für alle Fälle gerecht: denn er sei kein zimpferlicher Ritter noch eine solche Tränenquelle wie sein Bruder, auch sei er in Ansehung der Tapferkeit ebensogut beschlagen. Kurz, er verstrickte sich in seinem Lesen so, daß er die Nächte damit zubrachte, weiter und weiter, und die Tage, sich tiefer und tiefer hineinzulesen; und so kam es vom wenigen Schlafen und vielen Lesen, daß sein Gehirn ausgetrocknet wurde, wodurch er den Verstand verlor. Er erfüllte nun seine Phantasie mit solchen Dingen, wie er sie in seinen Büchern fand, als Bezauberungen und Wortwechsel, Schlachten, Ausforderungen, Wunden, Artigkeiten, Liebe, Qualen und unmögliche Tollheiten. Er bildete sich dabei fest ein, daß alle diese erträumten Hirngespinste, die er las, wahr wären, so daß es für ihn auf der Welt keine zuverlässigere Geschichte gab. Er behauptete, Cid Ruy Diaz sei zwar ein ganz guter Ritter gewesen, er sei aber durchaus nicht mit dem Ritter vom brennenden Schwerte zu vergleichen, der mit einem einzigen Hiebe zwei stolze und ungeschlachte Riesen mitten durchgehauen habe. Besser vertrug er sich mit Bernardo del Carpio, weil er bei Roncesvalles den bezauberten Roland umgebracht, indem er die Erfindung des Herkules nachgeahmt, der den Antaeus, den Sohn der Erde, in seinen Armen erwürgte. Viel Gutes sagte er vom Riesen Morgante, der, ob er gleich vom Geschlechte der Riesen abstammte, die alle stolz und unumgänglich sind, sich allein leutselig und artig betrug. Über alle aber ging ihm Reinald von Montalban, besonders wenn er ihn sah aus seinem Kastell ausfallen, rauben, was er konnte, wenn er dann sogar das Bild des Mahomed von jenseits des Meeres entführte, welches ganz golden war, wie es die Geschichte besagt. Er hätte, um dem Verräter Galalon nach Lust Tritte geben zu können, gern seine Haushälterin und, als Zugabe, auch seine Nichte weggeschenkt. Als er nun mit seinem Verstande zum Beschluß gekommen, verfiel er auf den seltsamsten Gedanken, den jemals ein Tor auf der Welt ergriffen hat: nämlich es schien ihm nützlich und nötig, sowohl zur Vermehrung seiner Ehre als zum Besten seiner Republik, ein irrender Ritter zu werden und mit Rüstung und Pferd durch die ganze Welt zu ziehen, um Abenteuer aufzusuchen und alles das auszuüben, was er von den irrenden Rittern gelesen hatte, alles Unrecht aufzuheben und sich Arbeiten und Gefahren zu unterziehen, die ihn im Überstehen mit ewigem Ruhm und Namen schmücken würden. | |
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